Desde la mirada de un sociólogo y estadista puertorriqueño, he sido testigo de las recientes transformaciones profundas que han esculpido el paisaje político de nuestra isla. Sin embargo, pocas veces hemos visto una figura que, con paso constante y decidido, haya logrado una trayectoria tan firme, rompiendo barreras, redefiniendo lo posible y desafiando los límites de lo alcanzable en la política puertorriqueña.
Entre las candidaturas, resuena un mensaje urgente y claro: por años, hemos tomado rutas equivocadas. Mientras que a su vez de manera directa y sin rodeos, el pueblo ha manifestado su deseo de cambio, en busca de un liderazgo dispuesto a enfrentar las decisiones difíciles para guiar a Puerto Rico hacia un futuro de mayor estabilidad y prosperidad. Con un llamado a que el verdadero ganador en esta contienda sea Puerto Rico, se proyecta una visión que trasciende a cualquier figura política; es un compromiso profundo con el desarrollo y con una mejor calidad de vida económica para todos.
Pero ahora más que nunca, debemos ser conscientes y cuidadosos sobre las implicaciones de un voto por un candidato independentista frente a uno estadista. Aunque es evidente que, al día siguiente de asumir el cargo, un candidato separatista no logrará la independencia ni un estadista alcanzará la anexión, lo cierto es que un gobernante independentista enviará un mensaje claro al Congreso sobre la voluntad del pueblo puertorriqueño. Este "ruido" podría interpretarse como una inclinación hacia la independencia, generando una percepción que afectaría de manera significativa las discusiones y el terreno ganado sobre el futuro político de Puerto Rico. En un Congreso cada vez más informado y atento a los asuntos de la isla, tal percepción podría provocar un retroceso incalculable y una caída por inercia en la lucha por la estadidad, minando los esfuerzos para alcanzar una plena integración y estabilidad bajo la bandera estadounidense.
En el contexto actual, la economía de Puerto Rico enfrenta un delicado equilibrio donde cualquier desviación en la dirección correcta podría tener consecuencias graves y de largo alcance. Lo que está en juego es, sin duda, la estabilidad económica y el progreso que nuestra isla necesita para consolidarse en los mercados y asegurar un desarrollo sostenido a nivel local. En un entorno en el que la confianza del mercado se construye con esfuerzo y tiempo, cualquier decisión desacertada o mal manejo podría desestabilizar los cimientos que han permitido atraer inversión extranjera, generando incertidumbre y disminuyendo el atractivo de Puerto Rico como destino seguro para capitales.
Además, la incertidumbre económica erosionaría la fe de la ciudadanía en el futuro, y la fuga de talento continuaría, dejando al Puerto Rico sin el capital humano esencial para enfrentar los retos de una economía en constante transformación. Elegir el rumbo correcto no es solo una cuestión de estrategia política, sino una necesidad fundamental para asegurar un desarrollo sostenido que proteja la prosperidad, la estabilidad y el bienestar de toda la sociedad. La situación exige una dirección firme, ya que el crecimiento de nuestra economía depende de un liderazgo capaz de implementar políticas coherentes y responsables que protejan los avances logrados y fortalezcan la posición de Puerto Rico en el competitivo panorama económico global.
Hoy, Puerto Rico necesita elegir a un Gobierno que inspire un proyecto, que apueste por la prosperidad y estabilidad que la isla demanda. Ahora, más que nunca, es crucial optar por un gobierno que garantice estabilidad, impulse el desarrollo y fortalezca la confianza en los mercados. Puerto Rico merece un futuro en el que el bienestar de todos sea la prioridad más alta.
Julián Soto, Legislador de San Juan
Lunes, 4 de noviembre de 2024